2009-09-20
Editorial
Día del recluso
El día 24 de septiembre está dedicado a los privados de libertad, con el fin de reflexionar sobre el tratamiento que reciben por parte de la sociedad. Es, también, la fiesta de Nuestra Señora de La Merced, a quien la Iglesia tiene por patrona de los reclusos, como invitándonos a ver con caridad y misericordia al detenido, sin detenernos a juzgar sobre su maldad o su delito, sino en su condición de persona humana.
Tratar con humanidad al privado de libertad no significa, en manera alguna, eximirlo de su culpa o justificar su delito, ni mucho menos callar ante la tortura o el trato cruel e inhumano. Si alguno, que lo hay, comete un delito atroz, no es devolviendo mal por mal que se hace justicia, porque nos pondríamos en el mismo lugar del criminal.
Por eso, nuestras cárceles deben ser centros donde el cumplimiento de la pena o la prisión preventiva, sean lugares que muestren el lado humano de la sociedad. Los reclusos deben ser clasificados por categoría, según edad y falta cometida, alojados en celdas salubres, y sometidos a un régimen de trabajo, descanso, entretenimiento y educación que les permita reencontrarse con su humanidad.
Y en esa tarea de humanización de las cárceles, no olvidar el derecho de los privados de libertad a practicar su fe, derecho que se ve conculcado con mucha frecuencia, al ponerse una y mil trabas para su asistencia espiritual; situación ésta que ha empeorado en los últimos años. Pero confianza tenemos en que, por humanidad y amor al prójimo, las condiciones mejoren y los centros penitenciarios dejen de ser el sitio infernal que hasta ahora hemos conocido.
Luis Alberto Díaz
Director de Panorama Católico
diazlink@primada.org
Ir a Panorama Católico Edición Digital
Editorial
Día del recluso
El día 24 de septiembre está dedicado a los privados de libertad, con el fin de reflexionar sobre el tratamiento que reciben por parte de la sociedad. Es, también, la fiesta de Nuestra Señora de La Merced, a quien la Iglesia tiene por patrona de los reclusos, como invitándonos a ver con caridad y misericordia al detenido, sin detenernos a juzgar sobre su maldad o su delito, sino en su condición de persona humana.
Tratar con humanidad al privado de libertad no significa, en manera alguna, eximirlo de su culpa o justificar su delito, ni mucho menos callar ante la tortura o el trato cruel e inhumano. Si alguno, que lo hay, comete un delito atroz, no es devolviendo mal por mal que se hace justicia, porque nos pondríamos en el mismo lugar del criminal.
Por eso, nuestras cárceles deben ser centros donde el cumplimiento de la pena o la prisión preventiva, sean lugares que muestren el lado humano de la sociedad. Los reclusos deben ser clasificados por categoría, según edad y falta cometida, alojados en celdas salubres, y sometidos a un régimen de trabajo, descanso, entretenimiento y educación que les permita reencontrarse con su humanidad.
Y en esa tarea de humanización de las cárceles, no olvidar el derecho de los privados de libertad a practicar su fe, derecho que se ve conculcado con mucha frecuencia, al ponerse una y mil trabas para su asistencia espiritual; situación ésta que ha empeorado en los últimos años. Pero confianza tenemos en que, por humanidad y amor al prójimo, las condiciones mejoren y los centros penitenciarios dejen de ser el sitio infernal que hasta ahora hemos conocido.
Luis Alberto Díaz
Director de Panorama Católico
diazlink@primada.org
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