2009-09-13
La Voz del Pastor
Día del Migrante
Cada año la Iglesia universal dedica un día especial a la reflexión sobre el fenómeno migratorio en el mundo, a fin de promover la sensibilización y la concientización entre la población, sobre los derechos humanos de las personas que por diversas circunstancias se ven obligadas a dejar su tierra y su familia, en busca de un futuro menos incierto.
La historia de esta iniciativa se remonta a la época de Pío X cuando la entonces Congregación Consistorial, hoy llamada Congregación de los Obispos, pidió a los obispos italianos establecer en 1914, un domingo dedicado a la oración, la reflexión y la recaudación de fondos para el servicio pastoral en ésta área. En 1952 el Papa Pío XII emitió la Constitución Apostólica “Exul Familia” sobre la Pastoral de las Migraciones y la extensión de este servicio a toda la Iglesia Universal.
La Instrucción De Pastorali Migratorum Cura, de 1969, reelabora la materia de las migraciones a la luz del Concilio Vaticano II y señala a las Conferencias episcopales de cada país, el deber de establecer la celebración correspondiente según el periodo y lo que las circunstancias locales sugieran. Y desde 1974, el Santo Padre comenzó a enviar un mensaje para la celebración de la Jornada del Migrante y en 1985, esta reflexión fue firmada expresamente por el Sumo Pontífice lo que significó una señal de la importancia que la Iglesia atribuye a las migraciones.
En América Latina la mayor parte de los países han elegido el mes de Septiembre para celebrar este día, porque se asocia al Mes de la Biblia, puesto que el Pueblo de Israel fue peregrino y vivió la experiencia de ser extranjero.
Así el Día del Migrante viene a resaltar la urgencia de considerar a las personas que emigran, quienes, desde la iluminación bíblica, son las más necesitadas: los pobres, las viudas y los extranjeros. Todo hombre, en tanto ciudadano responsable, justo y solidario y, más aún todo cristiano tiene el deber de prestar atención a todos los hombres y mujeres de esta tierra.
Por eso, es importante conocer las distintas problemáticas que se juegan en nuestro mundo complejo y en nuestra sociedad contemporánea, como ésta de la migración que se siente, cada vez más al inicio de este nuevo siglo, en la economía de mercado laboral, en la apertura de las fronteras, en la economía nacional e internacional, etc.
Consagrar un día para los migrantes es tomar conciencia del sufrimiento de cada uno de ellos, es tomar el tiempo para la escucha del que es tal vez más pobre, en cualquier caso, o más escaso que nosotros, en un momento dado.
El Día del Migrante, es propicio para enterarnos de que hoy día cada vez más, aumenta el número de mujeres que abandonan a sus hijos y su vida familiar para buscar los medios de poder proporcionar los recursos que necesitan para vivir más dignamente; es ver el sacrificio de tantos estudiantes que se exilian para asegurar, no sólo su futuro personal, sino también un trabajo de calidad para el futuro de su familia, de su terruño.
Por eso hoy no se puede ignorar los desplazamientos humanos, porque, la realidad migratoria en nuestro país, como en el mundo es fomentada por la brecha cada vez mayor entre países ricos y pobres. Así quien, asume la condición de migrante no solo cruza el espacio físico del campo a la ciudad, entre ciudades, o de una frontera entre países. Sino que cruza la frontera de su propia dignidad, buscando con esperanza de mejorar su nivel de vida, así como el de su familia.
Esta dolorosa realidad que vemos en el desarraigo, la soledad, y en muchos casos la desintegración de la familia, así como la indiferencia que viven muchos migrantes. Nos deberían motivar a desarrollar actitudes promigrantes donde haya: dolor – consuelo; desarraigo – integración; soledad – amistad; indiferencia - actitud solidaria; explotación - ejercicio de sus derechos.
Como cristianos debemos dar una respuesta creativa y dinámica ya que el fenómeno de la movilidad humana nunca es el mismo. Por eso somos todos llamados a ser discípulos y misioneros, ayudando por ejemplo, a conocer los instrumentos legales que un migrante tiene como sujeto de derechos y deberes, visualizando sus problemáticas, sin ser objeto por esto: de mal trato, discriminación, racismo o xenofobia.
De esta forma, todos dentro del Reino de Dios somos ciudadanos constructores de unidad. Nuestras diferencias deben crear unidad en la diversidad, ellas deben ser fortaleza de nuestra riqueza como manifestación de la presencia de Dios en el mundo, “a imagen y semejanza suya”.
Y qué decir de los migrantes internos que en silencio se van moviendo del campo a la ciudad o entre ciudades porque son expulsados de sus lugares de origen, por no conseguir alcanzar la satisfacción de las necesidades básicas y de la escasa o nula proyección de un futuro para ellos y sus hijos.
Mons. José Domingo Ulloa
Obispo Auxiliar
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Día del Migrante
Cada año la Iglesia universal dedica un día especial a la reflexión sobre el fenómeno migratorio en el mundo, a fin de promover la sensibilización y la concientización entre la población, sobre los derechos humanos de las personas que por diversas circunstancias se ven obligadas a dejar su tierra y su familia, en busca de un futuro menos incierto.
La historia de esta iniciativa se remonta a la época de Pío X cuando la entonces Congregación Consistorial, hoy llamada Congregación de los Obispos, pidió a los obispos italianos establecer en 1914, un domingo dedicado a la oración, la reflexión y la recaudación de fondos para el servicio pastoral en ésta área. En 1952 el Papa Pío XII emitió la Constitución Apostólica “Exul Familia” sobre la Pastoral de las Migraciones y la extensión de este servicio a toda la Iglesia Universal.
La Instrucción De Pastorali Migratorum Cura, de 1969, reelabora la materia de las migraciones a la luz del Concilio Vaticano II y señala a las Conferencias episcopales de cada país, el deber de establecer la celebración correspondiente según el periodo y lo que las circunstancias locales sugieran. Y desde 1974, el Santo Padre comenzó a enviar un mensaje para la celebración de la Jornada del Migrante y en 1985, esta reflexión fue firmada expresamente por el Sumo Pontífice lo que significó una señal de la importancia que la Iglesia atribuye a las migraciones.
En América Latina la mayor parte de los países han elegido el mes de Septiembre para celebrar este día, porque se asocia al Mes de la Biblia, puesto que el Pueblo de Israel fue peregrino y vivió la experiencia de ser extranjero.
Así el Día del Migrante viene a resaltar la urgencia de considerar a las personas que emigran, quienes, desde la iluminación bíblica, son las más necesitadas: los pobres, las viudas y los extranjeros. Todo hombre, en tanto ciudadano responsable, justo y solidario y, más aún todo cristiano tiene el deber de prestar atención a todos los hombres y mujeres de esta tierra.
Por eso, es importante conocer las distintas problemáticas que se juegan en nuestro mundo complejo y en nuestra sociedad contemporánea, como ésta de la migración que se siente, cada vez más al inicio de este nuevo siglo, en la economía de mercado laboral, en la apertura de las fronteras, en la economía nacional e internacional, etc.
Consagrar un día para los migrantes es tomar conciencia del sufrimiento de cada uno de ellos, es tomar el tiempo para la escucha del que es tal vez más pobre, en cualquier caso, o más escaso que nosotros, en un momento dado.
El Día del Migrante, es propicio para enterarnos de que hoy día cada vez más, aumenta el número de mujeres que abandonan a sus hijos y su vida familiar para buscar los medios de poder proporcionar los recursos que necesitan para vivir más dignamente; es ver el sacrificio de tantos estudiantes que se exilian para asegurar, no sólo su futuro personal, sino también un trabajo de calidad para el futuro de su familia, de su terruño.
Por eso hoy no se puede ignorar los desplazamientos humanos, porque, la realidad migratoria en nuestro país, como en el mundo es fomentada por la brecha cada vez mayor entre países ricos y pobres. Así quien, asume la condición de migrante no solo cruza el espacio físico del campo a la ciudad, entre ciudades, o de una frontera entre países. Sino que cruza la frontera de su propia dignidad, buscando con esperanza de mejorar su nivel de vida, así como el de su familia.
Esta dolorosa realidad que vemos en el desarraigo, la soledad, y en muchos casos la desintegración de la familia, así como la indiferencia que viven muchos migrantes. Nos deberían motivar a desarrollar actitudes promigrantes donde haya: dolor – consuelo; desarraigo – integración; soledad – amistad; indiferencia - actitud solidaria; explotación - ejercicio de sus derechos.
Como cristianos debemos dar una respuesta creativa y dinámica ya que el fenómeno de la movilidad humana nunca es el mismo. Por eso somos todos llamados a ser discípulos y misioneros, ayudando por ejemplo, a conocer los instrumentos legales que un migrante tiene como sujeto de derechos y deberes, visualizando sus problemáticas, sin ser objeto por esto: de mal trato, discriminación, racismo o xenofobia.
De esta forma, todos dentro del Reino de Dios somos ciudadanos constructores de unidad. Nuestras diferencias deben crear unidad en la diversidad, ellas deben ser fortaleza de nuestra riqueza como manifestación de la presencia de Dios en el mundo, “a imagen y semejanza suya”.
Y qué decir de los migrantes internos que en silencio se van moviendo del campo a la ciudad o entre ciudades porque son expulsados de sus lugares de origen, por no conseguir alcanzar la satisfacción de las necesidades básicas y de la escasa o nula proyección de un futuro para ellos y sus hijos.
Mons. José Domingo Ulloa
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