2009-09-20
A tiro de piedra
El avión del Papa
Los jefes de estado suelen viajar a menudo, especialmente en la actualidad, cuando se multiplican las reuniones y los encuentros entre gobernantes. El Papa, a quien se le reconoce el estatus de jefe de estado, también suele viajar, aunque no tiene avión particular, ni El Vaticano tiene fuerza aérea.
Juan Pablo II, a quien se le conoció como el Papa viajero, acumuló más horas de vuelo de la que puede soñar un jefe de estado. Viajaba, como los otros pontífices, en un vuelo fletado de Alitalia. Dos cosas distinguen a cada Santo Padre cuando viaja: no usa avión propio, y lo acompañan periodistas que dan fe de la transparencia de su viaje. Periodistas que son de diferente creencia y, en más de un caso, ateos o no creyentes.
Contrario a los políticos, que exigen viajar en avión particular, los papas prescinden de esta vanalidad. Lo mismo pudieran hacer los gobernantes del mundo o, al menos, los de las naciones pobres. A excepción de la reina de Inglaterra, que tampoco viaja en jet privado, no conozco de ningún caso representativo de un jefe de estado de alto perfil que lo haga. El Papa y la Reina inglesa comparten esta actitud. ¿Habrá entre nuestras pequeñas naciones centroamericanas algún gobernante con tanta prominencia como el Santo Padre y la reina Isabel II? Si estas dos figuras mundiales, que acaparan la atención adonde van, viajan en avión de aerolínea, ¿por qué no pueden hacerlo nuestros políticos?
El costo de mantener un avión ejecutivo, para gobernantes y altos funcionarios, es grande. Tanto en tierra como en vuelo, cuesta mucho dinero. El mantenimiento, la tripulación, el combustible, el peaje en los aeropuertos, las reparaciones, la custodia, sin olvidar el precio de compra, comprometen cuantiosos recursos fiscales. Sería más agradable ver a los presidentes aterrizar en las aeronaves de su línea aérea nacional como, por ejemplo: Taca, Lacsa, Avianca, o Copa, que en los millonarios “learjet” que solemos ver en las noticias, cuando asisten a las cumbres presidenciales, aunque alguno que otro llega en el avión de su fuerza aérea, emulando al “Air Force One” del presidente de los Estados Unidos.
Gastarse decenas de millones en un jet ejecutivo, ya sea usado o nuevo, es un acto innecesario. Ningún país centroamericano puede justificar un desembolso de esa índole, este o no en el Parlacen, o quiera salirse. Las distancias internas no son muy largas, ni las grandes distancias son cubiertas por la autonomía de vuelo de todos los jet ejecutivos. Basta, en lo nacional, con un helicóptero o un bimotor, que son más económicos que un jet. Si es por el interés nacional, los aviones ejecutivos presidenciales en los países de la región carecen de justificación legítima.
Queda al criterio de cada gobernante el gastarse la plata de los contribuyentes en esos juguetes caros; y, aunque utilicen el suyo propio, siempre quedará el sabor amargo de ver a un mandatario que no diferencia entre lo que es de él y lo que pertenece al estado, ya sea a través de un hecho material o uno intangible.
Luis Alberto Díaz
Director de Panorama Católico
diazlink@primada.org
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A tiro de piedra
El avión del Papa
Los jefes de estado suelen viajar a menudo, especialmente en la actualidad, cuando se multiplican las reuniones y los encuentros entre gobernantes. El Papa, a quien se le reconoce el estatus de jefe de estado, también suele viajar, aunque no tiene avión particular, ni El Vaticano tiene fuerza aérea.
Juan Pablo II, a quien se le conoció como el Papa viajero, acumuló más horas de vuelo de la que puede soñar un jefe de estado. Viajaba, como los otros pontífices, en un vuelo fletado de Alitalia. Dos cosas distinguen a cada Santo Padre cuando viaja: no usa avión propio, y lo acompañan periodistas que dan fe de la transparencia de su viaje. Periodistas que son de diferente creencia y, en más de un caso, ateos o no creyentes.
Contrario a los políticos, que exigen viajar en avión particular, los papas prescinden de esta vanalidad. Lo mismo pudieran hacer los gobernantes del mundo o, al menos, los de las naciones pobres. A excepción de la reina de Inglaterra, que tampoco viaja en jet privado, no conozco de ningún caso representativo de un jefe de estado de alto perfil que lo haga. El Papa y la Reina inglesa comparten esta actitud. ¿Habrá entre nuestras pequeñas naciones centroamericanas algún gobernante con tanta prominencia como el Santo Padre y la reina Isabel II? Si estas dos figuras mundiales, que acaparan la atención adonde van, viajan en avión de aerolínea, ¿por qué no pueden hacerlo nuestros políticos?
El costo de mantener un avión ejecutivo, para gobernantes y altos funcionarios, es grande. Tanto en tierra como en vuelo, cuesta mucho dinero. El mantenimiento, la tripulación, el combustible, el peaje en los aeropuertos, las reparaciones, la custodia, sin olvidar el precio de compra, comprometen cuantiosos recursos fiscales. Sería más agradable ver a los presidentes aterrizar en las aeronaves de su línea aérea nacional como, por ejemplo: Taca, Lacsa, Avianca, o Copa, que en los millonarios “learjet” que solemos ver en las noticias, cuando asisten a las cumbres presidenciales, aunque alguno que otro llega en el avión de su fuerza aérea, emulando al “Air Force One” del presidente de los Estados Unidos.
Gastarse decenas de millones en un jet ejecutivo, ya sea usado o nuevo, es un acto innecesario. Ningún país centroamericano puede justificar un desembolso de esa índole, este o no en el Parlacen, o quiera salirse. Las distancias internas no son muy largas, ni las grandes distancias son cubiertas por la autonomía de vuelo de todos los jet ejecutivos. Basta, en lo nacional, con un helicóptero o un bimotor, que son más económicos que un jet. Si es por el interés nacional, los aviones ejecutivos presidenciales en los países de la región carecen de justificación legítima.
Queda al criterio de cada gobernante el gastarse la plata de los contribuyentes en esos juguetes caros; y, aunque utilicen el suyo propio, siempre quedará el sabor amargo de ver a un mandatario que no diferencia entre lo que es de él y lo que pertenece al estado, ya sea a través de un hecho material o uno intangible.
Luis Alberto Díaz
Director de Panorama Católico
diazlink@primada.org
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