2009-07-19
La Voz del Pastor
Con esa esperanza nos han salvado
(Romanos 8, 24)
Nada es inexorable. Esta es la traducción antropológica de la idea fundamental de salvación, según la fe cristiana. El hombre debe creer en el imposible y dejar de creer miserablemente sólo en lo posible. La esperanza tiene como viático la fe. La esperanza cree que siempre se puede transgredir la fatalidad.
La encíclica Caritas in Veritate, tercera de Benedicto XVI, encierra un gran mensaje de esperanza dirigido a todas y a todos, hombres y mujeres de este mundo. Esperanza a la que ya nos llamó en su segunda encíclica, Spes salvi, y que se fundamenta en la experiencia afirmada de que Dios es Amor, Deus Caritas est, primera encíclica. Ahora, en la actual encíclica, este amor esperanzado llama a no quedar prisioneros de la fatalidad por las consecuencias de la crisis económico-financiera, ni de supuestos inexorables ciclos de alzas y de bajas económicas o de que mejor de lo que tenemos no se puede, o de cualquiera otra manifestación que nos encerrara en el círculo sin horizonte. Amor y Verdad se besan y engendran Justicia.
La encíclica manifiesta una honda confianza en la razón humana, de que tenemos la misión y los medios para lograr que todos y no sólo algunos, estén invitados y efectivamente se logre, de participar solidariamente en la gran mesa de la Creación. Podemos transformar este mundo, ayudados por ciencia y tecnología para ser señores y no esclavos de los acontecimientos, proyecto que necesita ser animado por la justicia y el amor porque éstas no se limitan a las relaciones interpersonales, sino también en el campo socioeconómico-financiero. Ninguna crisis puede descalificar o poner entre paréntesis esta misión.
“El sábado se hizo para el hombre, no el hombre para el sábado. De manera que el Hijo del Hombre es Señor también del sábado” (Marcos 2,27). Esta convicción y que es de toda la Tradición de la Iglesia, su clave antropológica, nos la comparte el Papa como fundamental para realizar una labor constructiva, aún con crisis, porque el olvido o descuido de ella están a la raíz de nuestra situación actual. También la globalización es para el hombre y no el hombre para la globalización. No más pirámides de sacrificios.
El ser humano biológicamente lo podemos relacionar en altísimo porcentaje con los que llamamos “animales”, pero el ser humano, de toda evidencia, tiene una dimensión particular que le permite no quedar sujeto al reino de la necesidad y acceder al reino de la libertad, el sursum, el “arriba los corazones” de la libertad; también en los fenómenos económicos y sociales. Aquí el abrirse a la Trascendencia, a una relación con el Absoluto, en el reconocimiento de que a los orígenes del cosmos y de su ser humano hay una donación, no un contrato, no una compra, no un accidente, una equivocación, en vez de limitarle le abre a mayores alcances en el horizonte de la Verdad. ¿Y si no se es creyente? Todo ser humano, el ejercicio de la razón nos lo descubre, tiene una corresponsabilidad, una obligación, con sus semejantes y, en relación con ellos, con la Tierra. No hay escape a la responsabilidad de tomar posición en un juicio moral que trasciende los intereses particulares, sean individuales o de grupo. Es cuestión de conciencia.
Caritas in Veritate no encierra un catálogo de soluciones. No es esta la tarea del pensamiento social de la Iglesia y de su magisterio, pero sí nos llama a la misión transformadora de este mundo, en justicia y paz, en esperanza democrática. Nos anima a no decaer en el empeño de concertación nacional, con objetivos de cohesión social a través del fortalecimiento del tejido social. Crecimiento y competitividad indisolublemente unidos a equidad y bienestar para todos. La encíclica nos pide ejercer el juicio moral y poner en acción los criterios de ese juicio. Amor y verdad deben interactuar porque cada uno depende del otro para el logro de su fin: ni amor sin verdad ni verdad sin amor o quedaríamos en un sentimentalismo o paternalismo inoperante, o en una verdad que, aunque apareciera como eficaz, resultaría descarnada, inhumana.
Nuestra tarea misionera como Iglesia panameña, en el espíritu de Aparecida, tiene que incluir lo que en esta encíclica nos dice el Papa. Para empezar, leerla y meditarla.
Mons. Pablo Varela Server
Obispo Auxiliar
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Con esa esperanza nos han salvado
(Romanos 8, 24)
Nada es inexorable. Esta es la traducción antropológica de la idea fundamental de salvación, según la fe cristiana. El hombre debe creer en el imposible y dejar de creer miserablemente sólo en lo posible. La esperanza tiene como viático la fe. La esperanza cree que siempre se puede transgredir la fatalidad.
La encíclica Caritas in Veritate, tercera de Benedicto XVI, encierra un gran mensaje de esperanza dirigido a todas y a todos, hombres y mujeres de este mundo. Esperanza a la que ya nos llamó en su segunda encíclica, Spes salvi, y que se fundamenta en la experiencia afirmada de que Dios es Amor, Deus Caritas est, primera encíclica. Ahora, en la actual encíclica, este amor esperanzado llama a no quedar prisioneros de la fatalidad por las consecuencias de la crisis económico-financiera, ni de supuestos inexorables ciclos de alzas y de bajas económicas o de que mejor de lo que tenemos no se puede, o de cualquiera otra manifestación que nos encerrara en el círculo sin horizonte. Amor y Verdad se besan y engendran Justicia.
La encíclica manifiesta una honda confianza en la razón humana, de que tenemos la misión y los medios para lograr que todos y no sólo algunos, estén invitados y efectivamente se logre, de participar solidariamente en la gran mesa de la Creación. Podemos transformar este mundo, ayudados por ciencia y tecnología para ser señores y no esclavos de los acontecimientos, proyecto que necesita ser animado por la justicia y el amor porque éstas no se limitan a las relaciones interpersonales, sino también en el campo socioeconómico-financiero. Ninguna crisis puede descalificar o poner entre paréntesis esta misión.
“El sábado se hizo para el hombre, no el hombre para el sábado. De manera que el Hijo del Hombre es Señor también del sábado” (Marcos 2,27). Esta convicción y que es de toda la Tradición de la Iglesia, su clave antropológica, nos la comparte el Papa como fundamental para realizar una labor constructiva, aún con crisis, porque el olvido o descuido de ella están a la raíz de nuestra situación actual. También la globalización es para el hombre y no el hombre para la globalización. No más pirámides de sacrificios.
El ser humano biológicamente lo podemos relacionar en altísimo porcentaje con los que llamamos “animales”, pero el ser humano, de toda evidencia, tiene una dimensión particular que le permite no quedar sujeto al reino de la necesidad y acceder al reino de la libertad, el sursum, el “arriba los corazones” de la libertad; también en los fenómenos económicos y sociales. Aquí el abrirse a la Trascendencia, a una relación con el Absoluto, en el reconocimiento de que a los orígenes del cosmos y de su ser humano hay una donación, no un contrato, no una compra, no un accidente, una equivocación, en vez de limitarle le abre a mayores alcances en el horizonte de la Verdad. ¿Y si no se es creyente? Todo ser humano, el ejercicio de la razón nos lo descubre, tiene una corresponsabilidad, una obligación, con sus semejantes y, en relación con ellos, con la Tierra. No hay escape a la responsabilidad de tomar posición en un juicio moral que trasciende los intereses particulares, sean individuales o de grupo. Es cuestión de conciencia.
Caritas in Veritate no encierra un catálogo de soluciones. No es esta la tarea del pensamiento social de la Iglesia y de su magisterio, pero sí nos llama a la misión transformadora de este mundo, en justicia y paz, en esperanza democrática. Nos anima a no decaer en el empeño de concertación nacional, con objetivos de cohesión social a través del fortalecimiento del tejido social. Crecimiento y competitividad indisolublemente unidos a equidad y bienestar para todos. La encíclica nos pide ejercer el juicio moral y poner en acción los criterios de ese juicio. Amor y verdad deben interactuar porque cada uno depende del otro para el logro de su fin: ni amor sin verdad ni verdad sin amor o quedaríamos en un sentimentalismo o paternalismo inoperante, o en una verdad que, aunque apareciera como eficaz, resultaría descarnada, inhumana.
Nuestra tarea misionera como Iglesia panameña, en el espíritu de Aparecida, tiene que incluir lo que en esta encíclica nos dice el Papa. Para empezar, leerla y meditarla.
Mons. Pablo Varela Server
Obispo Auxiliar
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