2009-06-21
A tiro de piedra
La esperanza de cambio
A pocos días de la transmisión de mando gubernamental, el pueblo espera el anhelado cambio que, lustro tras lustro, se le promete y no llega. Yo también espero que las cosas cambien, aunque mi optimismo, en este caso, no es tan grande, por lo que he visto antes y después de las elecciones.
En los años de lucha contra la dictadura, una cosa estuvo clara en cuanto al cambio: recobrar la democracia. Después de la invasión, salvo el compromiso plasmado en la Agenda de Reconstrucción Civilista, el concepto de cambio da tumbos aquí, allá y acullá. Cada candidato tiene su propia concepción del cambio que debe producirse en el país. No hay unidad de criterio en este tema. Pareciera que estamos ante la encrucijada del cambio que quiere el partido que gana, y el cambio que anhela el pueblo.
Tanto en la década pasada como en la que transcurre, los esfuerzos por lograr el consenso por el cambio se han malogrado. Los encuentros de Bambito, Coronado, y la reciente Concertación Nacional, se han disipado como el humo. Del fuego que encendió el entusiasmo por darnos un plan de desarrollo nacional, sólo queda la añoranza.
Si algún cambio se produce dependerá, mas bien, de la iniciativa de algún funcionario o funcionaria, que maneje con seriedad y dedicación aquella parcela política que se le confíe. En las manos de esas personas estará la posibilidad real de cambiar las cosas; pero, como sabemos, no todos los designados son aptos para asumir el reto de gobernar el país.
Otro elemento que me hace dudar de un cambio radical es la población nuestra, que poco se interesa por hacer la diferencia en la vida nacional, porque no se convence que el punto de partida es la propia persona y su entorno cercano. Nos hemos dejado vencer por la mentalidad dependiente, que nos impulsa a esperar el cambio desde afuera de nuestro entorno, o de la mano de la autoridad. Ninguna propuesta al respecto he visto en el discurso de los nuevos gobernantes, y así no vamos a ningún sitio, lo que augura que nos quedaremos como estamos.
Hace poco me preguntaban unos colegas sobre mi expectativa en la gestión del nuevo gobierno. Les respondí que no veía cambio inminente, porque los elegidos poco o nada de diferente demuestran hasta ahora con respecto a los que se van.
¿Quiere usted saber cómo será la gestión de los nuevos funcionarios? Visite sus casas y sus negocios. Así como hacen con su hogar y sus empresas, también harán con el cargo que se les confíe. Si la casa está descuidada y es un desorden, la institución que tenga a su cargo correrá la misma suerte. Y si sus negocios andan manga por hombro, el personal infeliz por el trato que recibe, y la atención al público es pobre y de mala gana, igual sucederá con la parte del gobierno que le toca controlar.
Da pena decirlo, pero eso es lo que veo en el horizonte. La esperanza de cambio está en nosotros, como personas y como sociedad, y no esperemos que un político haga ese cambio por nosotros. Todos a una, si lo queremos lograr, desde la posición que tenemos, porque: los gobiernos pasan, y los pueblos quedan.
Luis Alberto Díaz
Director de Panorama Católico
diazlink@primada.org
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A tiro de piedra
La esperanza de cambio
A pocos días de la transmisión de mando gubernamental, el pueblo espera el anhelado cambio que, lustro tras lustro, se le promete y no llega. Yo también espero que las cosas cambien, aunque mi optimismo, en este caso, no es tan grande, por lo que he visto antes y después de las elecciones.
En los años de lucha contra la dictadura, una cosa estuvo clara en cuanto al cambio: recobrar la democracia. Después de la invasión, salvo el compromiso plasmado en la Agenda de Reconstrucción Civilista, el concepto de cambio da tumbos aquí, allá y acullá. Cada candidato tiene su propia concepción del cambio que debe producirse en el país. No hay unidad de criterio en este tema. Pareciera que estamos ante la encrucijada del cambio que quiere el partido que gana, y el cambio que anhela el pueblo.
Tanto en la década pasada como en la que transcurre, los esfuerzos por lograr el consenso por el cambio se han malogrado. Los encuentros de Bambito, Coronado, y la reciente Concertación Nacional, se han disipado como el humo. Del fuego que encendió el entusiasmo por darnos un plan de desarrollo nacional, sólo queda la añoranza.
Si algún cambio se produce dependerá, mas bien, de la iniciativa de algún funcionario o funcionaria, que maneje con seriedad y dedicación aquella parcela política que se le confíe. En las manos de esas personas estará la posibilidad real de cambiar las cosas; pero, como sabemos, no todos los designados son aptos para asumir el reto de gobernar el país.
Otro elemento que me hace dudar de un cambio radical es la población nuestra, que poco se interesa por hacer la diferencia en la vida nacional, porque no se convence que el punto de partida es la propia persona y su entorno cercano. Nos hemos dejado vencer por la mentalidad dependiente, que nos impulsa a esperar el cambio desde afuera de nuestro entorno, o de la mano de la autoridad. Ninguna propuesta al respecto he visto en el discurso de los nuevos gobernantes, y así no vamos a ningún sitio, lo que augura que nos quedaremos como estamos.
Hace poco me preguntaban unos colegas sobre mi expectativa en la gestión del nuevo gobierno. Les respondí que no veía cambio inminente, porque los elegidos poco o nada de diferente demuestran hasta ahora con respecto a los que se van.
¿Quiere usted saber cómo será la gestión de los nuevos funcionarios? Visite sus casas y sus negocios. Así como hacen con su hogar y sus empresas, también harán con el cargo que se les confíe. Si la casa está descuidada y es un desorden, la institución que tenga a su cargo correrá la misma suerte. Y si sus negocios andan manga por hombro, el personal infeliz por el trato que recibe, y la atención al público es pobre y de mala gana, igual sucederá con la parte del gobierno que le toca controlar.
Da pena decirlo, pero eso es lo que veo en el horizonte. La esperanza de cambio está en nosotros, como personas y como sociedad, y no esperemos que un político haga ese cambio por nosotros. Todos a una, si lo queremos lograr, desde la posición que tenemos, porque: los gobiernos pasan, y los pueblos quedan.
Luis Alberto Díaz
Director de Panorama Católico
diazlink@primada.org
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