2007-12-16
A tiro de piedra
Engendrado, no creado
Las últimas décadas han introducido en el mundo la degradación de los valores, creencias, costumbres y tradiciones de gran parte de la humanidad. Es un fenómeno generalizado, que desvirtúa con gran fuerza la identidad cultural y la idiosincrasia de los pueblos y naciones. Es un enfoque que falazmente pregona libertad y reclama cambios por obsolescencia para progresar, cuando en el fondo no existe tal cosa.
Esa corriente ladrona que, a falta de algo propio, busca adulterar lo ajeno, pretende, ahora, robarnos la Navidad a los cristianos. Desde hace mucho se ha aprovechado de figuras creadas por el hombre, para tomar el lugar del protagonista verdadero de la celebración navideña: Jesús Niño, Hijo de Dios. A fuerza de mercantilismo, intentan imponernos a Santa Claus, a los duendes, y a cuanto personaje puedan conjurar o utilizar para sus fines comerciales, de tal suerte que todos resultan víctimas de los que sólo ven lo lleno o vacío de su caja registradora.
Frente a esos vientos, los cristianos tenemos la obligación de estar atentos, y ser luz para quienes son cubiertos por esas tinieblas. La Navidad es la memoria del nacimiento de Jesucristo: no es una fiesta cualquiera, ni una celebración hueca o vacía. Tiene un sentido, y ese sentido es que Cristo vino a nosotros encarnado en María, para salvarnos y redimirnos de nuestros pecados. No hay Navidad sin Cristo; todo lo demás está supeditado a él.
Jesús Niño fue engendrado por obra y gracia del Espíritu Santo, desde Dios Padre. Esta es la primera diferencia con todos los demás personajes creados por el hombre. A Cristo fueron a verlo los pastores, gente de carne y hueso, y no figuras ficticias como los duendes. Nació y vivió entre los hombres cada día de su vida; no se apareció por unos cuantos días, y luego se fue al Polo Norte el resto del año. Estuvo entre los suyos, hasta su muerte; y está a cada momento con nosotros, a partir de su resurrección.
Si queremos preservar el auténtico sentido de la Navidad, enseñemos a los nuestros y a los que están alrededor lo que dice el Evangelio. Muchos, por ignorancia, son arrastrados por la corriente ladrona del mundo. Corrijámoslos con amor, enseñando y educando en la fe. El mejor regalo que podemos hacerle a una persona, en este tiempo, es anunciarle la buena nueva del nacimiento de Cristo. Sepamos defender nuestra fe con firmeza y caridad, para ganar almas para el Señor.
No importa lo que diga el mundo. No importa que intenten desvirtuar el sentido verdadero de la Navidad. Lo que importa, realmente, es nuestra actitud como cristianos. Y así como al mundo no se le ocurre cambiar la Pascua judía, o el Ramadán musulmán, para que los otros no se ofendan, tampoco tiene ningún derecho para quitarnos a Cristo de la Navidad. Al fin y al cabo, la Navidad es lo que es, porque significa la venida de Dios entre nosotros, en la fragilidad de un niño nacido en un pesebre y envuelto en pañales.
Luis Alberto Díaz
Director de Panorama Católico
diazlink@primada.org
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A tiro de piedra
Engendrado, no creado
Las últimas décadas han introducido en el mundo la degradación de los valores, creencias, costumbres y tradiciones de gran parte de la humanidad. Es un fenómeno generalizado, que desvirtúa con gran fuerza la identidad cultural y la idiosincrasia de los pueblos y naciones. Es un enfoque que falazmente pregona libertad y reclama cambios por obsolescencia para progresar, cuando en el fondo no existe tal cosa.
Esa corriente ladrona que, a falta de algo propio, busca adulterar lo ajeno, pretende, ahora, robarnos la Navidad a los cristianos. Desde hace mucho se ha aprovechado de figuras creadas por el hombre, para tomar el lugar del protagonista verdadero de la celebración navideña: Jesús Niño, Hijo de Dios. A fuerza de mercantilismo, intentan imponernos a Santa Claus, a los duendes, y a cuanto personaje puedan conjurar o utilizar para sus fines comerciales, de tal suerte que todos resultan víctimas de los que sólo ven lo lleno o vacío de su caja registradora.
Frente a esos vientos, los cristianos tenemos la obligación de estar atentos, y ser luz para quienes son cubiertos por esas tinieblas. La Navidad es la memoria del nacimiento de Jesucristo: no es una fiesta cualquiera, ni una celebración hueca o vacía. Tiene un sentido, y ese sentido es que Cristo vino a nosotros encarnado en María, para salvarnos y redimirnos de nuestros pecados. No hay Navidad sin Cristo; todo lo demás está supeditado a él.
Jesús Niño fue engendrado por obra y gracia del Espíritu Santo, desde Dios Padre. Esta es la primera diferencia con todos los demás personajes creados por el hombre. A Cristo fueron a verlo los pastores, gente de carne y hueso, y no figuras ficticias como los duendes. Nació y vivió entre los hombres cada día de su vida; no se apareció por unos cuantos días, y luego se fue al Polo Norte el resto del año. Estuvo entre los suyos, hasta su muerte; y está a cada momento con nosotros, a partir de su resurrección.
Si queremos preservar el auténtico sentido de la Navidad, enseñemos a los nuestros y a los que están alrededor lo que dice el Evangelio. Muchos, por ignorancia, son arrastrados por la corriente ladrona del mundo. Corrijámoslos con amor, enseñando y educando en la fe. El mejor regalo que podemos hacerle a una persona, en este tiempo, es anunciarle la buena nueva del nacimiento de Cristo. Sepamos defender nuestra fe con firmeza y caridad, para ganar almas para el Señor.
No importa lo que diga el mundo. No importa que intenten desvirtuar el sentido verdadero de la Navidad. Lo que importa, realmente, es nuestra actitud como cristianos. Y así como al mundo no se le ocurre cambiar la Pascua judía, o el Ramadán musulmán, para que los otros no se ofendan, tampoco tiene ningún derecho para quitarnos a Cristo de la Navidad. Al fin y al cabo, la Navidad es lo que es, porque significa la venida de Dios entre nosotros, en la fragilidad de un niño nacido en un pesebre y envuelto en pañales.
Luis Alberto Díaz
Director de Panorama Católico
diazlink@primada.org
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